Materializar objetivos: ¿Cambias de opinión constantemente y no te centras? Aquí algunas soluciones.

Dr. Leonardo J. Rincón (@leojrincon)

Cambiar de opinión continuamente es tan negativo como no tener ni idea de dónde ir. En ambos casos estamos paralizados porque nos falta una dirección o un propósito que seguir.

En una publicación sobre cuáles eran los obstáculos que nos impedían cumplir nuestros sueños, una lectora me escribió lo siguiente:

Mi mayor obstáculo soy yo misma, siempre soy yo misma. Hoy pienso esto, mañana lo contrario, al otro día retomo, al siguiente abandono de nuevo la idea, más tarde vuelvo a pensar lo que al principio… Mi cambio constante de opinión es el problema.

Por otro lado, necesito recopilar mucha información antes de comenzar algo, pero si al día siguiente veo que alguien lo hace mejor, yo me siento inferior y vuelvo a cambiar mi opinión. No sé qué hacer con esto ¿sugerencias?

 

Cambiar de opinión, o incluso de opciones de vida, en principio es saludable. Es bueno que nuestras ideas estén sujetas a revisión y estar abiertos a opciones nuevas, en vez de aferrarnos con unas y dientes a lo que decidimos hace treinta años. Lo que puede resultar un problema es que este proceso ocurra tan rápido que no nos dé tiempo a materializar ningún objetivo, además del estrés mental que supone pensar cada día una cosa.

Cuando leía el comentario de esta amiga, me venía la imagen de una mujer con muchas cosas volando a su alrededor, de forma caótica, y ella impotente en el medio sin saber para qué lado mirar, paralizada. Una situación nada agradable. Se me ocurren tres motivos por el que una persona puede experimentar este frenesí mental que le impide tomar decisiones y pasar a la acción, y es lo que quiero compartir contigo en este sencillo artículo. 

Empecemos:
 

1) Cambiar de opinión como reflejo del ritmo frenético al que estamos sometidos.

Lo que caracteriza a nuestra «sociedad del conocimiento» es que estamos expuestos a una avalancha de estímulos e información como nunca antes en la historia, que requiere un procesamiento mental muy rápido. Nos hemos habituado tanto a los cambios trepidantes en las películas y las series que visualizar una escena tranquila se convierte en un pulso a la paciencia . Además cada vez se nos hace más difícil leer un libro (a mí ahora me cuesta habiendo sido un lector voraz de adolescente) acostumbrados a esas «píldoras exprés» de información que recibimos a través de las redes sociales...

Por otro lado, las respuestas que se nos demandan tienen que ser casi instantáneas. El whatsapp que llega, los correos, las notificaciones, nos piden que respondamos a la voz de ya, cuanto antes, ¡rápido! Hay que ir rápido a trabajar, en en muchos casos volver rápido a casa porque llegan los niños, y cocinar rápido, e ir rápido al gimnasio para no pillar atasco, y leer rápido para que así dé tiempo a leer más libros al año…

En fin, lo de la «rapidez» es una epidemia y esto que sucede con las series, con los libros y con el modo de vida, también se traslada a nuestra mente. Estamos tan habituados a procesar la información rápidamente que supone un esfuerzo mental enoooorme bajar el ritmo y hacer actividades que impliquen tiempo, lentitud y concentración.

Cambiar mucho de opinión, o tener ideas nuevas todo el día, es el reflejo de esta forma de vivir. Por eso hoy más que nunca se hace necesario el entrenamiento en una forma de pensar paciente y enfocada. Las personas que vivían hace años se habrían abrumado ante tanta información, por falta de práctica, hoy nos pasa justo lo contrario. No estamos acostumbrados a los ritmos lentos, pausados y a la falta de estímulos, por eso nos cuesta tanto concentrarnos, y por eso justamente hablo de entrenarlo.

Afortunadamente hay una manera muy sencilla de «calmar la mente»  y poner orden en el flujo estresante de ideas (aparte de la meditación, que para mí es una herramienta complicada) que consta de tres pasos:

Parar (quedarnos inmóviles)

Respirar

Escribir

 

Cualquiera que haya hecho este ejercicio de parar, respirar y después coger una hoja papel para apuntar absolutamente todo lo que se le pasa por la cabeza, habrá comprobado que es un acto liberador. Es como si trasladásemos ese caos mental de la cabeza al papel, y así ésta queda limpita y ordenada.
 

¿Demasiadas opiniones? ¿Demasiadas ideas? ¿Demasiadas «cosas» que no puedes procesar en tu cabeza? Apártate del mundanal ruido, respira hondo y escribe. Y luego respira otra vez con alivio.

 

2) Cambiar demasiado de opinión por miedo a las consecuencias de actuar

No sé si lo has pensado alguna vez pero un método infalible para no cometer errores es no hacer nada. Funciona en el 100% de los casos. Y una manera posible, aunque no infalible en este caso, de evitar que la gente nos critique es llevar una vida silenciosa y mediocre, sin brillo ni atrevimiento, siempre dando la razón al que está al lado.

En cuanto damos el paso de tener una opinión diferente o de hacer algo nuevo, surge el riesgo de cometer fallos y recibir críticas. Por eso una causa habitual de no materializar las ideas es el miedo.

Mientras cambio de opinión una y otra vez y no me decido a llevar nada a cabo, la idea sigue resguardada en mi cabeza y me siento seguro. Por el contrario, cuando pongo en práctica una idea o tomo una decisión del tipo que sea, me estoy arriesgando a que el resultado sea negativo y a recibir críticas por ello (y no me refiero sólo a críticas de los demás, porque las peores proceden de uno mismo).

En este dilema de no actuar por el miedo a las consecuencias (al fracaso, a las críticas) se ven atrapadas muchas personas.

Los cambios de opinión, no tener las ideas claras o no concretar decisiones en el mundo real sólo son excusas para tapar este miedo.

 

Es más fácil decir «no actúo porque no me decido» que reconocer «no actúo porque tengo mucho miedo».

¿Cuál es una solución posible para dejar a un lado esta inseguridad y este miedo? Pensar no sólo en los beneficios de no actuar (no nos equivocamos, no recibimos críticas) sino también en las desventajas. Que son muchas y muy importantes.

Nos estamos perdiendo muchas, pero muchas cosas por no actuar. Es cierto que no nos critican, pero nuestra vida se vuelve monótona y estancada. Y además estar siempre cambiando de opinión, con la cabeza llena de ideas que no se asientan, no es un modo bonito de vivir. De hecho es peor que cometer errores!

Pensar en la inevitabilidad de la muerte también es un aliciente poderoso para tomar una decisión ahora, antes de que sea demasiado tarde. A nadie le gustaría llegar al final de su vida y decir: «Vaya, qué lástima, he desperdiciado mis días por temores que no tenían tanta importancia».

En resumen, cuando no actuamos por miedo conviene pensar en todo lo que nos estamos perdiendo, en los costes ocultos de no tomar decisiones o no poner en práctica ninguna idea.

 

3) La trampa de pensar que somos peores que los demás

En el comentario citado más arriba hay una frase que habrá hecho saltar las alarmas de más de uno. Es la siguiente: «si veo que alguien lo hace mejor que yo, me siento inferior«.

Sobre las odiosas comparaciones podríamos hablar largo y tendido… Sabemos que no nos beneficia compararnos con los demás y aun así, no podemos evitarlo. También tenemos claro que todos somos valiosos y que nuestras capacidades o recursos no se pueden ordenar de mayor a menor (¿por ejemplo qué es mejor, ser un as en matemáticas o en historia? ¿ser simpático u organizado? ¿tener un matrimonio lleno de amor o un trabajo bien pagado?). Aun así, nos seguimos comparando y sintiendo inferiores cuando dictaminamos que alguien «nos supera» en algún aspecto.

Resumiendo, que pasar de la teoría («no tengo que compararme con nadie») a la práctica («no me comparo y disfruto con los éxitos ajenos») es un asunto complicado…

Un remedio posible, como primera opción, para evitar comparaciones es hacer un esfuerzo consciente por no mirar los éxitos ajenos. Cuando estés pensando en hacer algo no mires al lado durante un tiempo, enciérrate en ti mismo y olvídate de lo que hace todo el mundo o de los convencionalismos. En ese encierro piensa: ¿Qué quieres tú? ¿Qué sería para ti el éxito, en términos concretos? ¿Cómo ves tu idea, antes de someterla a la comparación con otros?

En segundo lugar podemos recurrir a los buenos amigos en un momento de debilidad para que nos digan las cosas positivas que tiene nuestra vida y cuáles son nuestros puntos fuertes. Con frecuencia los demás tienen una visión más objetiva de nuestra realidad que nosotros mismos. Escuchar de su boca cuáles son nuestras aptitudes y las bendiciones de nuestra situación actual suele traernos alivio y satisfacción.

Otra forma productiva de enfrentar las comparaciones es hacer que sirvan de estímulo. Si encuentras que alguien hace algo mejor que tú, en vez de sentirte mal o hundirte en una espiral de autocompasión, pon tu mente a funcionar y piensa «¿por qué es mejor que yo? ¿qué ha hecho? ¿cómo podría seguir sus pasos y hacer lo mismo?«.

Un remedio potente contra la envidia es cambiar el malestar por el deseo de ser como esa persona. Inspírate en los éxitos de otros e investiga a fondo lo que han hecho. Conviértelos en tu modelo a seguir en vez de una referencia para sentirte inferior.

Por último, la solución a largo plazo para dejar de sentirnos inseguros con respecto a los demás es fortalecer nuestra autoestima. Esto implica sentirnos valiosos, únicos, merecedores y capaces de afrontar los desafíos que nos trae la vida. Como digo este es un camino para el largo plazo, no algo que se resuelve en unos días, que pasa por revisar las creencias acerca de nosotros mismos, por ejemplo que no merecemos ser queridos o que sólo servimos para dar, no para recibir. Si la autoestima es tu asignatura pendiente te sugiero empezar por estos dos artículos que acabo de enlazar.

 

Conclusión final

¿Cambias de opinión constantemente y eso te agobia y te impide tomar decisiones? Te propongo estas tres alternativas:

 

1. Haz el ejercicio de parar y descargar tu mente cuando la veas muy saturada. Respira, toma un diario o papel y lápiz y escribe todos los pensamientos, ideas u opciones que pasan por tu cabeza. Luego mira tu obra y decide si quieres hacer con ello una lista de tareas o si lo vas a tomar como un diario personal para profundizar en lo que te pasa. En esta sociedad de rapidez e infoxicación (intoxicación de información) tenemos que entrenar la mente en una forma de pensar más lenta, limpia y pausada.

2. ¿Tal vez no te decides porque, en el fondo, tienes miedo de equivocarte o de recibir críticas? Mi consejo para ti es que, primero, reconozcas ese miedo y segundo, que respires hondo y pienses en todo lo que estás perdiendo por no actuar. El miedo hay que mirarlo a la cara y luego tomar decisiones a pesar de él, sabiendo que no hacer nada es garantía de una vida sin interés que nos arrepentiremos de haber vivido.

3.Si en todo momento te comparas con otras personas, sencillamente busca la manera de dejar de hacerlo. Deja de visitar las redes sociales de tus «competidores», haz una lista de cosas favorables en tu vida, pide a tus amigos del alma que te recuerden todo lo bueno que tienes y a largo plazo, fortalece tu autoestima.

 

Con esto doy la pregunta por respondida y te animo a compartir tus inquietudes en el apartado de comentarios, los contesto todos.😉😘

Como apunte final sobre este tema de elegir y decidirse, recordar que no hay opciones «correctas» ni «incorrectas» si nos llevan a aprender y a experimentar. Lo dañino es no tomar decisiones y permanecer estancados toda la vida. Si no sabes qué hacer, haz lo que sea, lo que más te atraiga en este momento, y en el camino irás encontrando sucesivas respuestas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

DIOSA

Cuando la maldad se encarna

Mi denuncia sobre los últimos meses de tortura en polisur